jueves, 1 de marzo de 2012

…para contaros que estoy enamorado de Almonte.

Podría decir que, principalmente, es por su gente… Pero, sobre todo, es por el amor incondicional que sienten por su patrona sobre todas las cosas.

La historia entre los almonteños y la Virgen del Rocío es muy partícular y viene muy de lejos. Hay que conocerla desde el principio para poder entenderla.

A ver qué tal me explico...

Desde el primer momento los almonteños sintieron una especial predilección por la Virgen que estaba en la pequeña ermita de las Rocinas. Aquella Virgen protegía el campo, atendía las peticiones de sus devotos y contaba con una leyenda preciosa que la vinculaba irremediablemente con el pueblo de Almonte. Si la Virgen había elegido para vivir aquel lugar que pertenecía a aquel pueblo, los vecinos aceptaban gustosos la misión de venerarla y defenderla.

Así que, desde la noche de los tiempos, se estableció el estrecho vínculo entre el pueblo y la Virgen. Ella cuidaba de ellos desde el cielo y ellos la cuidarían a Ella en la tierra…

Con el paso de los años el cariño por la Virgen que estaba en las Rocinas fue creciendo y calando en los corazones almonteños. Tanto es así que, en 1607, la Virgen fue llevada al pueblo por primera vez para rogarle que les librara de la sequía. La primera que sepamos, claro, porque no existen documentos que informen de traslados anteriores.

Dos veces más irían los almonteños a traer a la Virgen al pueblo para rogarle por las terribles sequías (aparte de otra por peste) antes de reconocerle esos favores de un modo especial. Esa relación con el agua, que siempre aparecía cuando se recurría a la Virgen de las Rocinas, puede que sirviera de inspiración para empezar a llamarla Rocío. Nombre que, desde luego, la virgen inspiró a los almonteños y no sin mística alusión:

“aunque viva en Las Rocinas, quiero tener otro nombre. Uno que diga quién soy y que recuerde de dónde ¡Podéis llamarme Rocío! Rocío como el Rocío del Espíritu Santo que fecunda vuestros corazones con su venida. Así, además de ser mística y universal, mi nombre os recordará que soy Rocío la de las Rocinas, la almonteña de la pequeña ermita al lado de la marisma…”

Que trajera las lluvias al campo y que les librara de la peste fueron motivos más que suficientes para que los almonteños decidieran que había que nombrar a la Virgen de las Rocinas patrona de Almonte. Y, entonces, llegó la primera vez en la que el pueblo tuvo que demostrar que su amor por aquella Virgen era especial e intocable.

A principios del S.XVII España aún estaba organizada de un modo casi feudal y Almonte era una población que dependía del Ducado de MedinaSidonia. Pues bien… En 1618 el VIII Duque de Medina Sidonia había nombrado como patrona de Almonte a la Virgen de la Caridad y, treinta y cinco años después, los almonteños  decidieron hacer caso omiso de los deseos de aquel Duque e impusieron su voluntad ante el existente en ese momento, el X Duque. Voluntad, por supuesto, de pueblo agradecido al cielo que les protege. Y, en 1653, Nuestra Señora de las Rocinas fue proclamada patrona de Almonte “por siempre jamás”.

A pesar de que, sobre el papel, el nombre de la Virgen continuaba siendo “de las Rocinas” ya nadie en el pueblo la llamaba así. Su patrona era Rocío y, antes o después, se encontraría el modo de resolver aquel pequeño problema.

Y el problema se resolvió cuando la primitiva cofradía de la Virgen de las Rocinas redactó sus nuevas reglas para ordenar el culto y la devoción a la patrona de Almonte. Desde ese momento la Hermandad Matriz deAlmonte declaró el nombre de la patrona como Rocío, en alusión a la venida del Espíritu Santo, organizó los cultos y su modo de celebrarse y los cambió de fecha trasladándolos del mes de Septiembre a la festividad de Pentecostés.  Era 1758 y el pueblo decidía que, desde entonces y para siempre, celebrarían en romería con su patrona la venida del Espíritu Santo.

Ya era  la Patrona, ya se llamaba Rocío y, además, seguía siendo la almonteña de la pequeña ermita al lado de la marisma. Aquella a la que recurrir cuando el pueblo estaba en apuros y con la que también celebraban los parabienes inesperados o… “caídos del cielo”.

Los almonteños se emborracharon de Rocío. Sentían la protección divina y, aunque es cierto y loable que estaban dispuestos a defender con la propia vida a su patrona si era preciso, también es verdad que hubo algunos que, henchidos de valor y escudados en la protección divina, se volvieron incautos.

En 1810 treinta y cinco almonteños asesinaron a un Capitán Francés y a varios soldados durante la ocupación de las tropas Napoleonicas. Y, como es de suponer, los franceses no tuvieron intención de quedarse de brazos cruzados ante tal barbaridad y reaccionaron ordenando que ochocientos dragones pasaran a cuchillo a todo el pueblo. Así que la valentía insensata de unos los puso a todos en peligro y, de nuevo, se recurrió a la Virgen para que les librara de la represalia que les iba a caer encima.

“Señora, reconocemos la barbaridad de nuestro pecado y nos sentimos profundamente apenados. Sabemos que somos indignos de pediros un favor así pero, como hijos vuestros que somos, necesitamos pediros que nos perdonéis y nos defendáis. Prometemos agradeceros tal favor  en nuestro nombre y en el de las generacions venideras por siempre jamás”

Y ya sabéis que los franceses nunca llegaron a Almonte y el por qué del voto del Rocío Chico de 1813…

El pueblo aprendió de aquella lección porque, incluso en un caso así, la Virgen les había protegido. Se ampliaron los cimientos de aquella relación y el amor entre la Virgen y Almonte creció como una hiedra que se enreda derrochando belleza sin encontrar de dónde viene una rama ni de dónde viene la otra. Las muestras de amor se multiplicaron tanto como las ganas inagotables de defenderlo.

Y el pueblo tuvo oportunidad de defender su amor por su patrona en dos ocasiones. Primero contra el gobierno y luego, incluso, contra la Iglesia.

En 1932, por esas leyes que se dictaron durante la II República, se tuvieron que quitar del Ayuntamiento de Almonte todas las referencias religiosas, incluido el azulejo de la Virgen del Rocío que, desde siempre, había estado en el edificio. El pueblo no podía permitir aquello y necesitaba demostrar que el amor a su patrona estaba por encima de cualquier ley política. La solución fue sencilla. A la mañana siguiente del día en que se había quitado el azulejo, la fachada principal del ayuntamiento tenía colgados todos los cuadros de la Virgen que había en las casas de los concejales. Varios vecinos entraron en ellas al asalto para demostrar que, incluso en las casas de los políticos, la Virgen del Rocío era la protagonista y la protectora.

Luego, en 1956, se enfrentaron con la Iglesia…

Aquel año los almonteños querían traer a la Virgen al pueblo por varios motivos pero, principalmente, “porque hacía ya tiempo, siete años en concreto, que la Virgen no venía”. Tres años antes se había creado la Diócesis de Huelva, cuyo primer Obispo era D. Pedro Cantero. Y la Hermandad Matriz decidió, por cortesía, informar al Obispo de que tenían intención de celebrar aquel traslado. El caso es que, de primeras, D. Pedro se negó a autorizarlo porque, a su entender como autoridad eclesiástica del momento, no existían razones para que se celebrara y, entonces, el pueblo tuvo que sacar las garras de nuevo para demostrar que su amor por la virgen estaba por encima de todo y que nadie podía interponerse entre ellos.

Por las calles del pueblo se escuchaba “la Virgen viene” y la gente empezó a revolverse. A uno que tiró unos cohetes en la puerta del cuartel de los civiles lo detuvieron por alterar el orden público y, a un amigo suyo, lo detuvieron por gritar a la ventana de su celda “la virgen viene”.Estas detenciones provocaron aún más a los vecinos y la tensión comenzó a ser preocupante.

Cuando el Obispo se enteró de que las cosas se estaban poniendo tan feas se dio cuenta de que Almonte era especial, de que aquella relación entre el pueblo y la Virgen era realmente especial. Entonces decidió cambiar de opinión y él mismo acudió a Almonte para darles la noticia de que era cierto y que la Virgen venía. El pueblo, visiblemente agradecido, concedió al Obispo el privilegio de quitarle a la Virgen el pañito cuando llegara al Alto del Molinillo, en el Chaparral.

La política y la Iglesia habían comprendido que la relación entre Almonte y su patrona era especial. Que los lazos de unión que existían entre ambos eran tantos y tan fuertes que nadie podría romperlos ni separarlos siquiera.

Y, entonces, llegamos los forasteros…

Gracias precisamente a que D. Pedro Cantero facilitó la propagación de la devoción rociera con carreteras, medios de comunicación y otras herramientas, fue creciendo el número de personas que descubrían la verdadera Gracia de la Virgen del Rocío… ¡Un millón en 1980! Todos íbamos llegando y descubriendo la fuerza de su nombre, empapándonos de su amor, del mismo amor que cautiva a los almonteños desde hace siglos.

Llegamos los nuevos inventando mitos y caminos “que si los almonteños saltan la reja al amanecer vestidos con camisas caquis, que si quien no ha dormido en Palacio no conoce el Rocío…” ¡tantas tonterías y todas tan lejanas a la realidad! Y, encima, llegamos a creer, por el amor que sentíamos por su patrona, que nos encontrábamos a su mismo nivel y que teníamos los mismos derechos que ellos.

Llegamos los nuevos sin darnos cuenta de que el Rocío es simple y llanamente el amor incondicional por la virgen y sin percatarnos de que Almonte lleva viviendo y defendiendo ese amor desde hace siglos hasta el punto de que ha echado raíces allí. Es un amor que vive en Almonte y que se alimenta de Almonte.

Llegamos los nuevos y Almonte no se enfadó por traer tanta tontería. Todo lo contrario. Decidió compartir con nosotros el amor infinito de su Patrona y hasta aceptó tener que modificar sus viejas tradiciones para que todos pudieramos celebrar la romería juntos. Y, aún así, no le duele. Está encantado de poder enseñarnos cuál es el verdadero sentido de la devoción rociera y está feliz porque tantos devotos y de tan diferentes lugares sintamos, como sienten ellos, la irrefrenable atracción que produce la almonteña que vive en la pequeña ermita al lado de la marisma.

Por eso estoy enamorado... Porque mi amor por la Virgen nunca será capaz de alcanzar el que le tiene su pueblo...  Y Porque amar a Rocío es también amar a Almonte.

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