Podría decir que, principalmente, es por su gente… Pero, sobre todo, es por el amor incondicional que sienten por su patrona sobre
todas las cosas.
La historia entre los
almonteños y la
Virgen del Rocío es muy partícular y viene muy de lejos. Hay que conocerla desde el principio para
poder entenderla.
A ver qué tal me explico...
Desde el primer momento los almonteños sintieron una
especial predilección por la Virgen que estaba en la pequeña ermita de
las Rocinas. Aquella Virgen protegía el campo, atendía las peticiones de sus
devotos y contaba con una leyenda preciosa que la vinculaba irremediablemente
con el pueblo de Almonte. Si la Virgen había elegido para vivir aquel lugar que pertenecía a aquel pueblo, los vecinos aceptaban gustosos la misión de venerarla y defenderla.
Así que, desde la noche de los tiempos, se estableció el
estrecho vínculo entre el pueblo y la Virgen. Ella cuidaba de ellos desde el
cielo y ellos la cuidarían a Ella en la tierra…
Con el paso de los años el cariño por la Virgen que estaba
en las Rocinas fue creciendo y calando en los corazones almonteños. Tanto es
así que, en 1607, la Virgen fue llevada al pueblo por primera vez para rogarle
que les librara de la sequía. La primera que sepamos, claro, porque no existen
documentos que informen de traslados anteriores.
Dos veces más irían los almonteños a traer a la Virgen al
pueblo para rogarle por las terribles sequías (aparte de otra por peste) antes de reconocerle esos favores de un modo especial. Esa
relación con el agua, que siempre aparecía cuando se recurría a la Virgen de
las Rocinas, puede que sirviera de inspiración para empezar a llamarla Rocío.
Nombre que, desde luego, la virgen inspiró a los almonteños y no sin mística
alusión:
“aunque viva en Las Rocinas, quiero tener otro nombre. Uno
que diga quién soy y que recuerde de dónde ¡Podéis llamarme Rocío! Rocío como
el Rocío del Espíritu Santo que fecunda vuestros corazones con su venida. Así,
además de ser mística y universal, mi nombre os recordará que soy Rocío la de
las Rocinas, la almonteña de la pequeña ermita al lado de la marisma…”
Que trajera las lluvias al campo y que les librara de la peste fueron motivos más que suficientes para que los almonteños
decidieran que había que nombrar a la Virgen de las Rocinas patrona de Almonte.
Y, entonces, llegó la primera vez en la que el pueblo tuvo que demostrar que su amor por aquella Virgen era especial e intocable.
A principios del S.XVII España aún estaba organizada de un
modo casi feudal y Almonte era una población que dependía del
Ducado de MedinaSidonia. Pues bien… En 1618 el
VIII Duque de Medina Sidonia había nombrado como
patrona de Almonte a la Virgen de la Caridad y, treinta y cinco años después, los
almonteños decidieron hacer caso omiso
de los deseos de aquel Duque e impusieron su voluntad ante el existente en ese momento, el
X Duque. Voluntad, por supuesto, de pueblo agradecido
al cielo que les protege. Y, en 1653, Nuestra Señora de las Rocinas fue proclamada
patrona de Almonte
“por siempre jamás”.
A pesar de que, sobre el papel, el nombre de la Virgen
continuaba siendo “de las Rocinas” ya nadie en el pueblo la llamaba así. Su
patrona era Rocío y, antes o después, se encontraría el modo de resolver aquel
pequeño problema.
Y el problema se resolvió cuando la primitiva cofradía de la
Virgen de las Rocinas redactó sus nuevas reglas para ordenar el culto y la
devoción a la patrona de Almonte. Desde ese momento la
Hermandad Matriz deAlmonte declaró el nombre de la patrona como Rocío, en alusión a la venida del
Espíritu Santo, organizó los cultos y su modo de celebrarse y los cambió de
fecha trasladándolos del mes de Septiembre a la festividad de Pentecostés. Era 1758 y el pueblo decidía que,
desde
entonces y para siempre, celebrarían en romería con su patrona la venida del
Espíritu Santo.
Ya era la Patrona, ya
se llamaba Rocío y, además, seguía siendo la almonteña de la pequeña ermita al
lado de la marisma. Aquella a la que recurrir cuando el pueblo estaba en apuros
y con la que también celebraban los parabienes inesperados o… “caídos del cielo”.
Los almonteños se emborracharon de Rocío. Sentían la protección
divina y, aunque es cierto y loable que estaban dispuestos a defender con la
propia vida a su patrona si era preciso, también es verdad que hubo algunos
que, henchidos de valor y escudados en la protección divina, se volvieron
incautos.
En 1810 treinta y cinco almonteños asesinaron a un Capitán
Francés y a varios soldados durante la
ocupación de las tropas Napoleonicas. Y, como es de suponer, los franceses no tuvieron intención de quedarse de
brazos cruzados ante tal barbaridad y reaccionaron ordenando que ochocientos dragones pasaran a cuchillo a todo el pueblo. Así que la valentía insensata de unos los puso
a todos en peligro y, de nuevo, se recurrió a la Virgen para que les librara de la represalia que les iba a caer encima.
“Señora, reconocemos la barbaridad de nuestro pecado y nos
sentimos profundamente apenados. Sabemos que somos indignos de pediros un favor
así pero, como hijos vuestros que somos, necesitamos pediros que nos perdonéis y
nos defendáis. Prometemos agradeceros tal favor en nuestro nombre y en el de las generacions venideras por siempre jamás”
Y ya sabéis que los franceses nunca llegaron a Almonte y el
por qué del voto del Rocío Chico de 1813…
El pueblo aprendió de aquella lección porque, incluso en un
caso así, la Virgen les había protegido. Se ampliaron los cimientos de aquella
relación y el amor entre la Virgen y Almonte creció como una hiedra que se
enreda derrochando belleza sin encontrar de dónde viene una rama ni de dónde
viene la otra. Las muestras de amor se multiplicaron tanto como las ganas inagotables
de defenderlo.
Y el pueblo tuvo oportunidad de defender su amor por su
patrona en dos ocasiones. Primero contra el gobierno y luego, incluso, contra la Iglesia.
En 1932, por esas leyes que se dictaron durante la
II República, se tuvieron que quitar del
Ayuntamiento de Almonte todas las
referencias religiosas, incluido el azulejo de la Virgen del Rocío que, desde
siempre, había estado en el edificio. El pueblo no podía permitir aquello y
necesitaba demostrar que el amor a su patrona estaba por encima de cualquier
ley política. La solución fue sencilla. A la mañana siguiente del día en que se
había quitado el azulejo, la fachada principal del ayuntamiento tenía colgados
todos los cuadros de la Virgen que había en las casas de los concejales. Varios
vecinos entraron en ellas al asalto para demostrar que, incluso en las casas de
los políticos, la Virgen del Rocío era la protagonista y la protectora.
Luego, en 1956, se enfrentaron con la Iglesia…
Aquel año los almonteños querían traer a la Virgen al pueblo
por varios motivos pero, principalmente,
“porque hacía ya tiempo, siete años en
concreto, que la Virgen no venía”. Tres años antes se había creado la
Diócesis de Huelva, cuyo primer Obispo era
D. Pedro Cantero. Y la Hermandad Matriz
decidió, por cortesía, informar al Obispo de que tenían intención de celebrar
aquel traslado. El caso es que, de primeras, D. Pedro se negó a autorizarlo
porque, a su entender como autoridad eclesiástica del momento, no existían
razones para que se celebrara y, entonces, el pueblo tuvo que sacar las garras
de nuevo para demostrar que su amor por la virgen estaba por encima de todo y que
nadie podía interponerse entre ellos.
Por las calles del pueblo se escuchaba “la Virgen viene” y
la gente empezó a revolverse. A uno que tiró unos cohetes en la puerta del
cuartel de los civiles lo detuvieron por alterar el orden público y, a un amigo
suyo, lo detuvieron por gritar a la ventana de su celda “la virgen viene”.Estas detenciones provocaron aún más a los vecinos y la tensión comenzó a ser preocupante.
Cuando el Obispo se enteró de que las cosas se estaban
poniendo tan feas se dio cuenta de que Almonte era especial, de que aquella
relación entre el pueblo y la Virgen era realmente especial. Entonces decidió
cambiar de opinión y él mismo acudió a Almonte para darles la noticia de que
era cierto y que la Virgen venía. El pueblo, visiblemente agradecido, concedió
al Obispo el privilegio de quitarle a la Virgen el pañito cuando llegara al
Alto del Molinillo, en el Chaparral.
La política y la Iglesia habían comprendido que la relación
entre Almonte y su patrona era especial. Que los lazos de unión que existían
entre ambos eran tantos y tan fuertes que nadie podría romperlos ni separarlos
siquiera.
Y, entonces, llegamos los forasteros…
Gracias precisamente a que D. Pedro Cantero facilitó la
propagación de la devoción rociera con carreteras, medios de comunicación y otras
herramientas, fue creciendo el número de personas que descubrían la verdadera
Gracia de la Virgen del Rocío… ¡Un millón en 1980! Todos íbamos llegando y
descubriendo la fuerza de su nombre, empapándonos de su amor, del mismo amor
que cautiva a los almonteños desde hace siglos.
Llegamos los nuevos inventando mitos y caminos “que si los
almonteños saltan la reja al amanecer vestidos con camisas caquis, que si quien
no ha dormido en Palacio no conoce el Rocío…” ¡tantas tonterías y todas tan
lejanas a la realidad! Y, encima, llegamos a creer, por el amor que sentíamos
por su patrona, que nos encontrábamos a su mismo nivel y que teníamos los
mismos derechos que ellos.
Llegamos los nuevos sin darnos cuenta de que el Rocío es
simple y llanamente el amor incondicional por la virgen y sin percatarnos de
que Almonte lleva viviendo y defendiendo ese amor desde hace siglos hasta el
punto de que ha echado raíces allí. Es un amor que vive en Almonte y que se
alimenta de Almonte.
Llegamos los nuevos y Almonte no se enfadó por traer tanta tontería. Todo lo contrario. Decidió compartir con nosotros el amor infinito de su Patrona y hasta aceptó tener que modificar sus viejas tradiciones para que todos pudieramos celebrar la romería juntos. Y, aún así, no le duele. Está encantado de poder enseñarnos cuál es el verdadero sentido de la devoción rociera y está feliz porque tantos devotos y de tan diferentes lugares sintamos, como sienten ellos, la irrefrenable atracción que produce la almonteña que vive en la pequeña ermita al lado de la marisma.
Por eso estoy enamorado... Porque mi amor por la
Virgen nunca será capaz de alcanzar el que le tiene su pueblo... Y Porque amar a Rocío es también amar a
Almonte.